“El VIH tendría que desaparecer el 2030 pero es una meta difícil para Guatemala”

El diputado Aldo Dávila no esconde su estatus seropositivo. Fue también el primer candidato abiertamente *gay* en llegar a un cargo de elección popular en Guatemala. En esta entrevista, hace un recorrido —a través de su historia personal— por los cambios que en sus 18 años viviendo con el virus ha experimentado en las estrategias de atención y ensaya ideas sobre el futuro de la pandemia del VIH/sida.

Por Daniel Villatoro • Septiembre 22, 2020

Foto: Carlos Sebastián/ Nómada.

El diputado Aldo Dávila fue parte del grupo que en 1997 fundó Gente Positiva, una organización que empezó a trabajar con las personas que viven con VIH cuando otros veían sólo prevención. Su influencia creció a partir del 2015, año en el que se involucró con el creciente movimiento anticorrupción de Guatemala. Era común ver a Gente Positiva en las protestas no solo sobre los derechos sexuales, sino en contra de personajes señalados por delitos como abuso de poder, malversación de fondos o plazas fantasmas.

Desde sus 18 años, Dávila trabajó en temas de prevención de VIH y ha dado seguimiento a diversos procesos que han marcado el sistema de atención a personas seropositivas en Guatemala, como la aprobación de la Ley General para el Combate del VIH (Decreto 27-2000). En 2019 encabezó el listado de candidaturas para el Congreso de Winaq, el partido indígena de izquierda que fundó la premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú.

Ya en el Congreso, ha continuado con el estilo que le caracterizó como activista: hacer señalamientos fuertes, hacerse escuchar, cuestionar más allá de las formas permitidas o acostumbradas. Un ejemplo de ello fue cuando en marzo de este año citó al viceministro de Salud, a quien corrigió por su poco conocimiento y estrategias sobre la salud para la población indígena. Días después, el presidente Alejandro Giammatei le llamó “esperpento de diputado”, “un diputado “irrespetuoso… tratando de ganar protagonismo a costa de que estamos viviendo una crisis de salud”.

¿Veía la posibilidad de participar en la política como persona con VIH?

No. Viví estigmatizado y discriminado por muchos años, pero es importante mencionar que mi activismo en VIH por más de 20 años a través de la organización Gente Positiva ha logrado cierto posicionamiento de las enfermedades mal llamadas “catastróficas” o crónicas. Durante la campaña, mencionar mi estado serológico tuvo sentido para que muchas otras personas se sintieran identificadas y pude contar con su apoyo en el Congreso.

¿Ha sufrido discriminación en los espacios políticos por tener VIH?

Sí. En uno de los foros a los que fui como candidato nos llevaron a un espacio pequeño lleno de sillas, me senté junto a una candidata y ella se distanció por un asiento. Nos pedían que usáramos todos los espacios porque venían más diputados potenciales a participar, pero, cada vez que yo avanzaba, ella se separaba. Le dije: “tranquila, no se le va a pegar ni mi homosexualidad ni mi VIH”. Afortunadamente, esta candidata no llegó al Congreso.

En otra ocasión, en una feria electoral en la Sexta Avenida nos tocó promocionarnos al mismo tiempo que el partido Unionista y alguien dijo: “nos tocó a la par de los sidosos”. Ya en la función política no he encontrado tanta discriminación por mi diagnóstico, como por ser gay.

¿Cómo era ser defensor de las personas con VIH hace 20 años?

He visto cómo las personas éramos discriminadas, pero también cómo la corrupción nos atacaba. En varias ocasiones nos quedamos sin antirretrovirales, sin conteos de CD4 [el cual se usa para vigilar el sistema inmunitario en personas infectadas con VIH]. En ese entonces, los medicamentos valían 200 veces más que sí se adquirían a través de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), porque se compraban localmente. En el 2000 dimos seguimiento a la Ley de Combate al VIH, la cual defiende a las personas que vivimos con VIH y habla sobre medicamentos y esquemas de tratamiento para nosotros.

¿Cuáles han sido los logros en estas dos décadas de atención del Estado?

Lo principal es que ahora hay medicamentos para todos y todas. En 1997 no había medicamentos, el acceso era muy escaso y en ese entonces un diagnóstico positivo sí era una condena de muerte.

¿Cómo se enteró que era VIH positivo y cómo ha seguido su tratamiento?

No me lo creí porque en ese entonces, en 2002, me hice una prueba anual y habían pasado apenas 6 meses de mi última prueba. Empecé tomando 18 pastillas al día. Luego se volvieron doce, ocho. Ahora, cada día debo tomar solo dos píldoras. Se ha simplificado mucho el tratamiento por los avances en la medicina, pero el estigma continúa, aunque ahora tengamos más organizaciones trabajando y mayor educación.

¿Qué problemas sociales identifica en común entre el VIH y el COVID-19?

El problema de raíz es que las personas son estigmatizadas y discriminadas. Ya sea por tener VIH o COVID-19. ¿Cuál es la razón? Que no hay educación sobre estas enfermedades y, por eso, vemos acciones basadas en el miedo: se cierran colonias, echan a personas de los municipios o lugares en los que viven. Todo eso es lo que vivimos con el VIH en los años 90 y 2000. El desconocimiento hace que la gente tome decisiones erróneas.

¿Qué casos de estigmatización y discriminación recuerda?

Son muchos los casos de personas que fueron víctimas de discriminación intolerable, por lo que yo quisiera olvidarlos, pero no puedo, están en mi mente. En el 2001, en Jutiapa quemaron la casa de una familia porque la madre había muerto como consecuencia del VIH. Ese mismo año (o un año después), en la zona 11 de la Ciudad Capital, los abusadores de una niña comienzan a morir a causa del VIH no tratado. En vez de apoyar a la madre que buscó justicia y protección para su hija víctima, la comunidad les maltrató y expulsó de la escuela local. Aún hablo con la mamá de esa niña. La hija, víctima de constantes abusos sexuales por su padrastro y un grupo de amigos de él cuando tenía tan solo siete años, adquiere el virus y fallece dos años después a consecuencia del sida. Los abusadores mueren antes de que sean perseguidos por la justicia.

¿Cuáles son los principales problemas para la atención del VIH en el país?

En Guatemala, hablar de sexo es tabú y las personas creen que hablar de sida es sinónimo de promiscuidad. El 97% de las personas que se infectan lo hacen a través de relaciones sexuales y, aun así, este país se niega a hablar de sexo. Este año incluso redujeron el presupuesto al programa de combate al VIH.

¿Qué respuestas ve en otros países a diferencia de Guatemala?

Lo más evidente es que en Guatemala hay sólo cuatro esquemas de atención, pero en otros países hay más esquemas de tratamiento. En Brasil son 17 y en México hay 21. La respuesta contra el VIH es muy urbana, no termina de llegar a los departamentos y tampoco se toma en cuenta a la juventud. Recuerda que la educación sexual no fue aprobada en la Ley Nacional de Juventudes, pero las infecciones se reportan a partir de los 17 años. Nuestros jóvenes siguen teniendo relaciones sexuales sin protección, aprendiendo de la sexualidad por medio de la pornografía, en la que el uso de métodos preventivos es nulo. No hablamos de la sexualidad como debe ser. Somos un país hipócrita y mojigato.

Antes, como activista, cuestionaba el Estado, pero ahora tiene la oportunidad de estar dentro de las instituciones ¿Qué ha cambiado?

Ahora las instituciones de salud están obligadas a responderme. Antes, cuando era parte de la sociedad civil, pedías datos y ni siquiera a través de la Ley de Acceso a la Información me los daban. Lo mejor de mi cargo como diputado es tener la oportunidad de citar a las autoridades y cuestionarlos, que vengan a rendir cuentas sobre seguridad, crímenes de odio y la atención en salud. Trato de aprovechar en donde estoy para que los derechos humanos y la prevención del VIH avancen.

¿Cuál es el escenario futuro que ve para el VIH?

Esta enfermedad tendría que desaparecer para el 2030. Antes teníamos tres grandes metas: que el 90% de las personas conozcan su diagnóstico, que el 90% de las personas positivas cuenten con tratamiento adecuado y que el 90% de los casos sean detectados. Pero es muy difícil que un país con la estructura de Guatemala alcance esas metas.

En el sistema de salud no hay pruebas de VIH. Si vas a un centro de salud pública en algún barrio de la ciudad y pides una prueba de VIH para ti, te van a decir que están reservadas para las mujeres embarazadas. Sin acceso a pruebas la gente no se va a enterar de su diagnóstico y un diagnóstico temprano es el que te salva. Quienes sí están haciendo pruebas en las paradas de buses, en los parques y en los mercados son las organizaciones de sociedad civil y esto es lo que debería estar haciendo el Estado: pruebas a nivel nacional para todas las personas sexualmente activas.